Uno quisiera pensar que se enseña hoy mejor la literatura que cuando éramos críos, en aquellos tiempos en que los dinosaurios se aburrían en las tardes pardas y frías de invierno, monotonía de lluvia tras los cristales, mientras el profesor explicaba con voz pastosa las características épicas del Cantar del Mio Cid y cualquier alumno avispado suponía que Rodrigo Díaz de Vivar echó a los moros de aburrimiento.
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