El fin de la etapa dorada del mercado inmobiliario español se veía venir desde hace tiempo, pero en lugar de un aterrizaje más o menos suave lo que ha ocurrido se parece más al descarrilamiento de un pesado tren de mercancías que avanzaba a una velocidad más que inadecuada. Como consecuencia, la demanda, más que reducirse, casi se ha evaporado, y la actividad se encamina a cifras de hace 20 años. Mientras, los precios bajan, pero no sirven para animar a eventuales compradores, que tampoco disponen de dinero fácil como en años anteriores.
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