En el coche que lo llevaba a las montañas de Wardak, el espía afgano Shahir se daba por muerto. Acababa de ser sorprendido por los talibanes y lo único que no sabía era si iba morir ahorcado, lapidado o a balazos. Aquella noche de noviembre, un segundo de distracción puso fin a la carrera de este hombre que desde 2004 vigilaba los movimientos de los rebeldes por cuenta de los estadounidenses o el gobierno afgano. Con un salario de algo más de 1.000 dólares al mes, Jan operó sobre todo en el sur del país, antes de regresar en 2006 a su casa...
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