Cuando en 1991 el gobierno de los EE.UU. intentó aprobar una ley que, entre otras cosas, obligaba a los fabricantes de equipos destinados a las telecomunicaciones colocar una “puerta trasera” que les permitiese acceder a toda la información que fuese gestionada por ellos, un licenciado en informática llamado Philip Zimmermann desarrolló un programa de cifrado prácticamente inexpugnable: PGP (Pretty Good Privacy), distribuido bajo la modalidad de “código abierto”.
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