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La pescadería de Gattuso

Iba a ser un buen pescadero. Un muy buen pescadero, de hecho. La convivencia le había enamorado del mar, madrugaba por gusto, se le adivinaba cierto talento comercial y siempre hizo gala de una honestidad de las que fidelizan clientelas buenas. Todas las ancianitas de Corigliano Calabro esperaban turno doble si falta hacía por tal de que les atendiese aquel simpático jovenzuelo de 16 años, que apenas daba sus primeros pasos en el oficio.

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