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Pero, ¿quién va al cine?

Y me planteaba las gozosas razones de que ese día hubiéramos coincidido tanta gente en nuestro deseo de ir al cine. En mi caso, por obligación, ya que la mayoría de las veces lo que me mostraba la pantalla no guardaba el menor parentesco con el paraíso. También constaté que a pesar de mi provecta edad, debía de ser el más joven de la sala. Pero me llevó tiempo, debido a mi simpleza, descubrir el enigma de los cines llenos. Infaliblemente, ese día era martes. Y la entrada solo costaba un euro para aquellos que demostraran haber cumplido sesenta

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