La incorporación tardía al mercado laboral, la prolongación de la formación académica, la inestabilidad económica, la cada vez más retrasada emancipación o el mero alargamiento de la esperanza de vida son factores que explican razonablemente bien una realidad incontestable, como es que cada vez nos casamos más tarde. Otra razón para ese retraso es que tendemos a vivir en pareja mucho antes de contraer matrimonio formalmente, mientras que hace décadas la boda y el inicio de la coexistencia solían producirse al mismo tiempo.
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