Fue mientras mantenía una conversación con una persona junto a la acera, esperando para cruzar el semáforo. Vimos detenerse a un coche y en apenas un instante el conductor extrajo el brazo para vaciar el cenicero en la calzada. Lo hizo con total naturalidad, dando unos golpecitos en la puerta de modo vacilón: clac, clac, clac. Ahí queda eso. Era un hábito, no un gesto. [...] Quienes entienden que las normas de civismo no van con ellos llevan fatal que se las recordemos.
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