Si el cine es, como sostienen muchos, el arte de un gran engaño, la labor del director comienza por engañar a los propios actores. ¿Qué mejor manera que extraer de ellos la mejor interpretación? Que se lo digan a Brian Singer, que casi llegó a las manos con Gabriel Byrne por uno de estos truquitos. No fue el único: hay casos muy sonados de intérpretes que se llevaron una gran (y desagradable) sorpresa cuando vieron el producto final.
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