El dolor es algo percibido, recibido en el espacio-tiempo de la consciencia como una vivencia desagradable que evoca un estado de amenaza e incita a prestar atención y protección a la zona dolorida. Percibir no es sinónimo de detectar. El dolor no se detecta. Se percibe. Los tejidos no segregan dolor sino señales moleculares de cuanto les sucede. Las señales son evaluadas, interpretadas, dotadas de significación y en función de ese proceso evaluativo surge hacia el espacio-tiempo de la consciencia la vivencia dolorosa.
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