“No hay alternativa”, dicen, en una repetición del lenguaje habitual en los regímenes autoritarios. Si duele, es por tu bien. Los votantes sólo pueden aceptar las decisiones impuestas desde fuera, pero cuidado con hablar del enemigo exterior. Por alguna razón, las elecciones se han convertido en un rito con el que certificar esas órdenes. Los que no aceptan pasar por el aro son radicales, infantiles o populistas. O todo junto.
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