No están vigilados por la policía. Tampoco levantan sospechas. Viven una vida normal. Los hay jóvenes, adultos, mayores, casados, solteros... ¡incluso con hijos! Pero son pedófilos, y así se reconocen. Con todas las letras. “Desearía tener un cerebro que funcionase con normalidad”, confiesa uno de ellos.
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