Tras 19 horas de vuelo desde Madrid, por fin había llegado. Por fin, enclaustrado en una habitación de hotel. Bangkok entera se desplegaba ante mi enorme ventana escaparate de la planta 23 del colosal (y vacío) Royal Benja de cuatro estrellas en la avenida Sukhumvit. La recepcionista acababa de confirmarme que tendría que esperar hasta mañana para conocer los resultados de la PCR que me habían hecho de camino del aeropuerto, en una parada en la que ni siquiera me dejaron bajar de la furgoneta.
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