Paso por la puerta de una colegio a las 13:00 horas, cuando los alumnos descansan para comer. Niños arremolinados y con la cabeza baja sobre el que lleva un móvil. No hay uno, ni dos, son casi todos. Ninguno habla, juega, o se mueve. Todo versa alrededor de los contenidos, triviales y breves, que aparecen en la pantalla. Como escena de una distopía, la chavalería está hipnotizada por los ruidos y escenas que despide el teléfono móvil que porta uno de ellos. El ser humano está perdiendo el interés y la capacidad de interactuar con el mundo real.
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