Una mañana suena el teléfono y, al otro lado, está el Papa Francisco. Quien recibe la llamada es un joven profesor universitario de Granada que vive atormentado desde su infancia por los abusos sexuales a los que fue sometido. “Nos gustaría que viniera usted a Roma”, le dice el Papa al joven, aturdido, emocionado, después de tantos de años de silencio, de incomprensión, de humillación.
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