A la salida del trabajo en la Biblioteca Nacional, Veneta, de 56 años, se dirige a su otro empleo. Esta mujer grande y alta, de manos gruesas y trenza canosa, es limpiadora, y está convencida de que lo seguirá siendo mientras tenga fuerzas, porque para muchos ciudadanos jubilarse aquí, en el país más pobre de la Unión Europea, no es más que pasar a cobrar un exiguo fijo del Estado –la retribución mínima es de 75 euros- y buscarse empleos por horas en negro. "¡Claro que no me voy a poder retirar!", exclama...
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