Tengo 44 años. Justo el doble que Pablo Muñoz cuando escribe su ensayo Padres Ausentes. Las casualidades matemáticas son así: 44, 22, mejunje de números pares. Justo esa distancia que se suele decir de “una generación”, aunque la realidad marca que en este ya siglo XXI, a velocidad de internet, 22 años son casi la distancia entre el momento que un cavernícola hizo fuego por primera vez y el día que Neil Amstrong pisó la Luna.
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