Desde la clínica privada Anderson querían confirmar su asistencia a la exploración que tenía programada. “No, no voy a ir”, respondió. Y no se presentó. Por miedo y “por dignidad”. A Francisco, paciente del área de Digestivos del Hospital público Gregorio Marañón, le faltaba una prueba esencial para entrar en el quirófano con todas las garantías: la consulta con el anestesista, que debía certificar que la anestesia era adecuada teniendo en cuenta la medicación que toma tras sufrir un ictus hace seis meses. Sin ella, no quería correr riesgos.
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