La raquítica red de metro de València (que de por sí no ofrece servicio a media ciudad) dejó de funcionar absolutamente poco después de las 12 de la noche; mientras que la de autobuses nocturnos, con su poco funcional diseño radial, realizó sus últimos viajes a las 3 de la mañana, dejando sin servicio a todo aquel que terminara su fiesta más tarde. La única alternativa era el taxi, difícil de cazar alejado del centro; o, como siempre, acudir al vehículo propio prescindiendo de beber o jugándose el pellejo, propio y ajeno.
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