No quiero caer en la nostalgia solipsista, pero seamos claros: no es lo mismo crecer pidiéndole a tus padres poloflanes que yogures helados con varios toppings. Uno te acostumbra a ver la vida sin esperar sorpresas, a que lo bueno es lo que te gusta aunque sea barato; el otro te incita a pensar que a lo que odias hay que echarle algo para que te convenza -porque solo no te comes ni una cucharada-, tiene ínfulas de gourmet, sus propios locales de venta, su mundo de yupi y sus tonterías.
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