Ignaz Semmelweis, estudiante húngaro de medicina, observó que casi una de cada tres madres moría al dar a luz. En 1857 escribió sus conclusiones, que no fueron publicadas hasta 1861, y solicitó un permiso en el hospital para que, simplemente, se instalaran unos lavabos y todos los profesionales que atendieran a las parturientas se lavaran antes las manos con agua y jabón o en una solución con agua de cloro y desinfectante. Algo tan sencillo evitaría la muerte de muchas madres. Pero su descubrimiento chocó con los prejuicios de la sociedad.
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