Creía que era el final. El día que le llamaron de la fábrica de plásticos de Vicalvaro en la que trabajaba y en la que, finalmente, cumplieron su amenaza: lo habían despedido. Nacho acababa de teclear miles de datos en una lista de Excel en la que le pedían funcionar a toda prisa y, por lo visto, se equivocó en un encargo que fue a parar a un destinatario incorrecto: no hubo perdón.
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