Igual que el botón de enmudecer en el control remoto de un televisor, nuestro cerebro filtra los ruidos no deseados para que podamos centrarnos en lo que estamos escuchando. Pero cuando se trata de seguir nuestro propio discurso, en lugar de un homogéneo botón de silencio tenemos una red de ajustes de volumen que pueden silenciar o amplificar de manera selectiva los sonidos que hacemos y escuchamos
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