Pero no voy a hablar de las dificultades económicas, ni de los desajustes en la gobernanza, ni de la falta de rumbo o de la escasa auto-exigencia, aunque todo esto es una tremenda lacra. Me quiero centrar en una percepción psicológica personal (y por tanto, probablemente errónea) de lo poco que “pintamos” los profesores e investigadores en nuestras propias universidades. En fin, de nuestra tremenda irrelevancia.
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