Imagine una compañía en la que la recepcionista que recoge su acreditación y le pregunta a quién va a visitar guarda un nada desdeñable capital de 300.000 euros en su cuenta corriente. Igual que el ascensorista, la señora de la limpieza, el jefe de sistemas, la secretaria del presidente, el adjunto del departamento de contabilidad o el director de recursos humanos... Imagine una empresa de empleados financieramente independientes, desahogados y felices, al menos en apariencia... Eso podría pasar en su compañía.
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