Algunos de los más deleznables criminales noruegos purgan sus penas en una prisión sin muros ni barrotes, en la que luchan por la rehabilitación criando corderos y cultivando fresas salvajes. En el marco idílico de una isla del fiordo de Oslo, la prisión de Bastoy es la antítesis de Alcatraz y bajo el sello de la ecología intenta facilitar la reinserción de los presos en la sociedad civil.
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