Hace justo un año, esta arquitecta de 42 años echaba una mano a Pilar, su madre, y otras mujeres en una ONG religiosa. Era septiembre, inicio del curso escolar, y llegaban muchas familias asegurando que no podían pagar los libros de texto de sus hijos. “Mi madre estaba desesperadita”, rememora en una terraza madrileña frente a una tempura de verduras a la que hace poco caso.
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