Tendría unos 10 años e iba colgada de la mano de mi madre. Una voz masculina y cascada se dirigió hacia nosotras: "¿Por qué no la sueltas y me dejas que la estrene?". Recuerdo que aquello me sonó fatal, me dio como miedo. Sí, sí, no únicamente asco, también miedo. De la plaza del Castillo a la Estafeta y con las tripas revueltas, un tipo intentó abalanzarse sobre nosotras y una vez más los cabreados músculos de mi madre lo espantaron.
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