No odio a Velázquez, ni a Goya. No odio a Picasso. No odio a Ribera, ni a Sorolla. No odio el Museo del Prado. No odio el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Al fin y al cabo, lo pagamos entre todos. Tampoco odio el Museo de Cera de Madrid a pesar de que el muñeco de Iniesta parece un personaje de La familia Addams. No odio a Cervantes, ni a Quevedo. No odio a Góngora aunque tuviese esa cara de mala hostia que todos conocemos. No odio a la generación del 98, ni a la del 27. No odio a Miguel Hernández, ni a Machado, ni a Lorca.
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