¿Qué pasaría si un niño canadiense de 15 años hubiera descubierto las ruinas de una desconocida ciudad maya superponiendo una constelación de estrellas sobre un mapa-satélite de la península del Yucatán? Se trataría, de un hecho extraordinario que merecería la cobertura de medios como la BBC o The Independent. Sería un descubrimiento fuera de lo normal, único, demasiado bueno para ser cierto. Es tan alucinante que no reviste el más mínimo juicio crítico o análisis comparado. Es una noticia falsa, aunque la prensa la reproduce como verdadera.
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