Megaupload no era un servicio inocente utilizado perversamente por sus usuarios. Vale ya, que ninguno ha nacido ayer. Si el avispado dueño de Megaupload, Kim Schmitz, ganó pasta como para derrocharla en Cadillacs rosa, a costa de millones de usuarios que apoquinaban sin rechistar 60 euros, no fue por vender almacenamiento de ficheros en la nube. Sino porque desde sus servidores ofrecía, a sabiendas, mercancía ajena valiosa en régimen de barra libre. Sigue pendiente, de acuerdo, la gran cuestión: redefinir el modelo de la industria cultural...
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