La madre de las hermanas Sutherland había inventado un ungüento con el que, aseguraba, el pelo de sus hijas crecía más rápido y fuerte. Nadie podía imaginar que aquellas niñas que cuidaban pavos en la granja familiar de Cambria, descalzas y con ropas harapientas, llegarían a ser famosas y millonarias por sus melenas. Barrían el suelo con sus ondas: treinta y siete pies (más de once metros) de pelo sumaban entre las cinco. Solo su padre, Fletcher Sutherland, empezó a vislumbrar la forma de explotar a sus hijas y de enriquecerse a su costa.
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