Noviembre de 2010, Tánger, Marruecos. Una persona responsable de un programa de cooperación de una gran ONG española me lleva en su coche hacia uno de los vecindarios más empobrecidos de la ciudad. Las azoteas y las ventanas de un edificio cercano a la carretera estaban llenas de parabólicas. La imagen del bloque atestado de antenas provocó que mi chófer circunstancial comentara: “ya ves que tampoco hay tanta pobreza como parece en esta ciudad”.
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