Un niño es atado a un poste y embadurnado con la sangre de un animal que él mismo ha matado. En algunos casos será también rociado con vino y clara de huevo; en otros bastará con un puñado de harina en la cara. A algunos les obligan a posar con la cabeza cercenada del animal junto a la suya. A su alrededor los cazadores adultos ríen y le reprochan, en tono amigable, los errores que ha cometido durante la jornada de caza.
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