“Tenía diez años cuando mi mamá me dijo que tenía que empezar a trabajar porque no podía sostenerme a mí y a mis siete hermanos. Primero vendí dulces en la estación del metro y tres meses después un señor pagó por mí. Luego me tocó seguir haciéndolo”. Los inmensos ojos color miel de Valeria se llenan de lágrimas mientras relata su corta pero dramática vida en Medellín. Una de sus amiguitas, que también llora, trata de secarle el llanto abanicándola con una hoja de papel. “Mire para arriba como hacen las reinas y verá que se le pasa”...
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