Farage presume de que su mujer es alemana, explica que trabajó para la banca francesa, recuerda que muchos de sus colaboradores son negros u homosexuales: con ese tipo de argumentos alegres como los colores de una verdulería suele explicar que no es racista, que no es homófobo, que no es antieuropeo sino anti-UE, que no es el mismísimo diablo. El líder del UKIP, ha sabido aprovechar la fobia europea de los británicos, y últimamente el miedo a la inmigración.
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