El volcán Eyjafjalla acababa de entrar en erupción, así que el viejo islandés no hizo más preguntas. Entregó las llaves de una diminuta casa blanca a aquel australiano espigado, de ojos tan grises como el cercano Atlántico, y se marchó. Era el escenario idóneo para que Julian Assange y su séquito de activistas ejecutasen el denominado Proyecto B: difundir desde su escondite un vídeo confidencial que mostraba el asesinato de 12 civiles en Iraq, incluidos dos reporteros de Reuters, perpetrado por soldados estadounidenses.
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