Nadia Ghulam vivió una infancia feliz en Kabul. Estudiaba con ahínco y jugaba en los jardines como una niña más. Pero en 1992 comenzó a enrarecerse la situación política de Afganistán. Hacia tres años que los muyahidines habían expulsado al ejercito soviético que ocupo Afganistán durante una década. Pero que, en vez de traer la paz, habían empezado una nueva guerra civil. El padre de Nadia le contaba que lo único que les había unido era el objetivo de expulsar a los invasores, y ahora eran enemigos entre ellos.
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