Ha querido la casualidad que coincida la muerte de Adolfo Suárez con la gigantesca Marcha de la Dignidad que el sábado rebosó Madrid, una coincidencia que es metáfora de este momento indeciso en el que lo viejo no termina de morir y lo nuevo lucha por abrirse paso. Allá va el cortejo fúnebre de la Transición con sus luces, sus claroscuros y sus pantanosas sombras. Aquí viene la marea ciudadana con su proceso constituyente bajo el brazo pidiendo a gritos que la vieja guardia se retire y deje vía libre.
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