De Guindos dejó estupefactos a sus oyentes por el tono de su euforia poco acorde con el clima social de un país en el que se sigue encogiendo el tamaño de su economía y está abocado a una tasa de paro del 28%, según el último pronóstico de la OCDE; una tasa de ahorro por los suelos y unos bancos que siguen sin funcionar. Aunque la intervención del ministro recibió un aplauso de cortesía, los semblantes y comentarios después de sus palabras no eran ni de satisfacción ni de tranquilidad. La gravedad del momento exige otro tipo de discursos menos
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