Todos tenemos miedo a ese momento en el que toca limpiar las ventanas. Algunos dejan por inalcanzables algunos de sus huecos, que ni con la más fina de las peripecias por parte del que se encarga de esa limpieza consiguen recibir una gota de agua o amoníaco. Hasta que llegó una mujer de Cantabria, que se negó a que sus cristales no quedaran impolutos e hizo lo imposible por llegar a cada rincón de suciedad.
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