Durante sus primeros años, una de las fórmulas que Domino’s buscó para crecer en el mercado de las pizzas fue ofrecer una garantía sobre la velocidad de su entrega, algo totalmente innovador en el sector. Dicha oferta, que comenzó en 1979, rezaba el mítico eslogan “30 minutos o es gratis”. Bajo esta política, los clientes siempre ganaban: o recibían las pizzas en media hora después del pedido, asegurándose un producto caliente y (más o menos) fresco, o recibían pizzas que podrían no estar tan calientes ni tan frescas, pero sin cargo alguno.
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