Nadie debería alegrarse por el fallecimiento de un semejante por mucho que el semejante en cuestión no mereciera en vida la más mínima alabanza. Pero resultaría farisaico esbozar algo parecido a un obituario de Rita Barberá en el que se obviara el enorme daño que esta mujer ha causado a la democracia y a las instituciones, con la inestimable ayuda de quien siempre presumió de su amistad y que la protegió hasta el final desde la presidencia del Gobierno. La muerte no blanquea el pasado sino sólo los sepulcros.
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