Los 56 inmigrantes, uno a uno, sucumbieron deshidratados tras veinte días a la deriva sin agua, sin alimentos y perdidos el Atlántico. Un pesquero español encontró el miércoles por la tarde el cayuco con el único superviviente, el patrón senegalés de la embarcación, y siete cadáveres: los cuerpos de los últimos inmigrantes en morir, a los que sus compañeros, también moribundos, ni siquiera pudieron arrojar por la borda por la falta de fuerzas.
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