Actualmente, nuestros audiovisuales hijos tienen las necesidades de morbo perfectamente cubiertas. El problema está en los límites: el cadáver ensangrentado, torturado y mutilado de un hombre ya no impresiona a nadie. Contemplamos cada día, durante la siesta o cenando, la muerte en directo, en forma de accidente de motociclismo o de ojo por ojo revolucionario.
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