Rafael Jiménez vio siempre el negocio de las líneas de autobús de larga distancia como algo inalcanzable. En el sector solo había tres tipos de compañías: las históricas, que poseían concesiones otorgadas a dedo desde la posguerra; otras más recientes, que entraron hace unos 30 años, y por último las multinacionales, que se habían dedicado a comprar las otras dos. Su empresa, Autocares Jiménez Dorado, tenía que conformarse con actividades como el transporte escolar o de trabajadores.
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