La institución absurda de la Monarquía se fundamenta en su carácter arbitrario y hereditario, mediante el cual el Estado legitima por el hecho de ser uno hijo de su puto padre, a llevar su Jefatura. Lo rancio de este organismo además se ve adornado en muchos casos con múltiples facetas retrógradas: desde los protocolos de servidumbre feudal hasta la ley sálica. Históricamente se han dado casos de monarquías de cariz distinto, muchísimo más divertidas, que lamentablemente no han triunfado sobre el concepto secular.
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