La última vez que estuve desempleado fue en el punto álgido de la Gran Recesión. Acababa de mudarme con mi novia, quien de pronto se encontró con una pareja sin trabajo que rara vez salía de la casa. Sin embargo, me dio un consejo sorprendente: juega videojuegos. Tendría mucho tiempo en mis manos, dijo, y, aunque en efecto podía y debía hacer otras cosas —quehaceres, ejercicio, buscar un empleo— la mayor parte del día estaría encerrado en casa con pocos recursos. Sin algo en qué ocupar mi mente, me volvería loco.
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