En cambio, durante años, el usuario de videojuegos no fue sino un paria, un freak sin aspiraciones, una especie de adicto con las cuencas de sus ojos clavadas en una pantalla de fósforo verde o machacando tres botones de plástico frente a un gabinete arcade. ¿Y si dijéramos que es al revés, que el jugador habitual es un ser superior, alguien con mejores capacidades?
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