Cada día los miles de oficinistas que trabajan en la Gran Manzana dependen de los horarios de sus trenes para regresar a sus barrios residenciales. Un minuto de retraso puede suponer la diferencia entre cenar con su familia o tener que calentarse la cena en el microondas. Pero lo que no saben estas pobres criaturas es que ese minuto ya lo tienen. Los trenes que salen cada día de la ciudad arrancan un minuto más tarde de lo que dice la tabla de horarios, una tradición que se mantiene desde hace décadas y que solo era conocida por los empleados.
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